La nueva antropología (3)


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Entra la serpiente 

El palacio de los papas está sobre la colina Laterana de Roma, sus pórticos y fachadas se iluminan con el amarillo sol romano. La infantería y la caballería del ejército romano, con sus banderas al viento, sus armas desenvainadas, rodean completamente el palacio. Nadie puede salir ni entrar de éste: es el día del ajuste de cuentas y las deudas deben ser pagadas. 

El palacio en sí es un extenso grupo de edificios individuales –capillas, baptisterios, la casa del papa, archivos, sala del tesoro, salones comedores, cocinas, despensas, almacenes, residencia de sirvientes, barracas de la guardia, establos, baños, todo alrededor del gran templo de San Juan que Fausta, esposa de Constantino el Grande, hizo construir y regaló como residencia al papa Silvestre unos 450 años atrás. Cada uno de los 61 papas posteriores a Silvestre ha añadido algo al conjunto original. Aquí vivieron y gobernaron todos los papas hasta el siglo XIV. 

En esta mañana del 12 de agosto del 769, el palacio está sumido en un solemne silencio, solamente roto por los ecos de la música y los cánticos que llegan desde la colina del Vaticano, al otro lado del Tíber, donde el papa Esteban IV está finalizando la gran misa en la basílica de San Pedro. Dentro del palacio, esperando su regreso, hay 150 cardenales, arzobispos, obispos y teólogos. Es el sínodo Laterano. Permanecen de pie alrededor del trono papal en el célebre salón de Zacarías, rodeado por los altos muros abovedados sobre los que puede verse mosaicos coloreados que muestran todos los países y mares del mundo conocido. En brillantes verdes, amarillos, blancos, púrpuras, azules, naranjas, rojos, oros, el universo entero confiado a la custodia y guía del sucesor número 95 de Pedro y representante personal de Jesús entre los humanos. 

Sobre las 8:15, el papa Esteban entra por las estrechas puertas de la torre principal del palacio Laterano. Delante de él, clérigos cantando. A su alrededor, los barbudos guerreros del Norte, todos ellos francos, su guardia personal. En cinco minutos está de pie junto a su trono en la cabecera del salón; todos los obispos y cardenales esperan para sentarse; los guerreros francos, con las espaldas apoyadas contra los mosaicos de las paredes y las armas preparadas, rodean al conjunto de autoridades. Todos los ojos están fijos en la cara del papa Esteban. Esteban, hijo de Olivius, es un siciliano de estrechos hombros, pies planos, bajo de estatura, labios finos, calvo, todos sus rasgos indican su astucia, su crueldad, sus negros ojos se mueven vivamente de un lado a otro como preparando estratagemas.

En los 165 años transcurridos desde la muerte de Gregorio el Grande (por muchas razones se le podría admitir el epíteto de “Grande”) el nuevo imperio espiritual que fundó ha llegado a Esteban, “la serpiente”. Alguien tenía que dirigir y manejar el poder, pero esto es lo que el poder puede hacer: 

Esteban tiene 60 años y ha sobrevivido y conquistado. Nunca nada ha distraído a Esteban. Bebe y come poco, piensa que las mujeres son vasallos de Satán, tiene una indestructible fe en la protección permanente de Jesús hacia el papado y la convicción de que, bajo esta protección, puede ir tan lejos como desee para conseguir sus propósitos. En algún momento, prohibió un matrimonio real, condenando la idea como “diabólica” y la unión propuesta fue tachada de “concubinato”. Cuando escribió su carta de advertencia al príncipe franco en cuestión, antes de terminarla la depositó sobre la tumba de San Pedro y recibió la Santa Comunión sobre ella. Entonces terminó la carta escribiendo: “Si alguien hace algo que no sea para ayudarnos, entonces, por la autoridad de Pedro, príncipe de los Apóstoles, será condenado al fuego eterno junto a Satán y sus acólitos ateos”. El príncipe renunció a su matrimonio. 

El papa Esteban se sienta en su trono y los cardenales y obispos le imitan. Antes de autorizar al maestro de ceremonias, pasea su mirada por todos los presentes. De pie a su alrededor están los que le pusieron en este trono, Cristóbal Secretario de Estado y su hijo Sergio, el Duque Desiderio, rey lombardo de Pavía (un aliado útil, a pesar de que intentó asesinar a Esteban unos días antes, el 28 de julio), el Duque Teodocio, rey lombardo de Espoleto (demasiado avaricioso, demasiado servil). Todos los lombardos apestan. Incluyendo a Gracioso, encargado de los archivos, tornadizo, asesino, especialista en extraer ojos de sus cuencas sin matar al prisionero. Una vez revisados todos, Esteban da la señal. 

El primer caso del día es el de un hombre. Los carceleros le traen cargado de cadenas y, ceremoniosamente, lo depositan a los pies de Esteban. Es Constantino, un noble. Sus rodillas han sido rotas, su cuerpo torturado y sus ojos reventados. Todo ello con el gracioso permiso de Esteban. 

El fiscal papal lee la acusación: “ … y ese sábado, 28 de julio, el prisionero consintió ser proclamado Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, por la fuerza de las armas y en contra de las sagradas leyes de la Madre Iglesia …”. 

            El 27 de julio por la tarde, solamente 16 días antes, Esteban era un simple cardenal que estaba sentado junto a la cabecera del papa Pablo I que agonizaba, oyendo el tumulto y los gritos de los muertos en las calles de alrededor, mientras los hermanos de Constantino, el Duque Antonio de Nepi (apodado Toto), Pasivo y Pascual, aclamaban a Constantino como papa. 

Esteban también oye como el agonizante Pablo dice: “Jesús, yo he propiciado esto; perdóname”. Pablo, 12 años antes, se las había arreglado para ser elegido papa incluso antes de que el anterior papa falleciera. “Perdóname”, repite. Pablo continuó repitiendo su súplica hasta que murió al día siguiente. Para entonces, Constantino, un civil, había sido proclamado papa. 

Esteban pertenecía a otra facción y tuvo que huir, por su propia seguridad, primero a la capilla de Santa Petronila, para refugiarse después en una oscura capilla en el Trastévere. El secretario de estado Cristóbal y su hijo Sergio se refugiaron en el altar mayor de San Pedro, donde la espada de Toto y el extractor de ojos, Gracioso, no pueden alcanzarles.

El 29 de julio, el obispo de Praeneste, con la espada de Toto en su garganta, ha conferido las órdenes sagradas de subdiácono, diácono y del sacerdocio a Constantino. El 30 de julio, Constantino fue consagrado papa en San Pedro. 

El Sagrado Sínodo condena a Constantino a prisión perpetua por el cargo de blasfemia e invalida la ordenación de todos los obispos y sacerdotes que se efectuaron durante su pontificado”. El acusador se dirige ahora a Constantino: “¿Rechazas tu comportamiento blasfemo ante este Santo Oficio?”. 

Constantino gime: “Los romanos me pusieron aquí por la fuerza. Santo Padre, ¡ten piedad!”. 

Esteban se adelanta en su asiento con fiereza fría: “¿Porqué aceptaste el Papado?” grita. 

Constantino ya ha escrito a Pepin, rey de los francos, comunicándole que ha sido elegido válidamente papa. 

¿Porqué?”, insiste Esteban. 

Otros civiles y nobles, Sergio de Rávena, Esteban de Nápoles, Fabián de Roma, todos ellos aceptaron…” 

Todo de acuerdo con nuestras tradiciones” (Esteban no habla; escupe las palabras como espinas lanzadas entre dientes), “pero por la fuerza de las armas”. 

Tu, Padre Santo, también fuiste puesto en el trono por la fuerza de las armas…” 

El papa Esteban tiene ya suficiente. “¿Qué pensáis?” pregunta a la asamblea. Como si fuera necesario para dar una contestación, los cardenales y obispos de las primeras filas golpean a Constantino, le escupen y le gritan “¡Usurpador, blasfemo, Anticristo …!”. 

Constantino tenía razón. Cristóbal, el Secretario de Estado, y su hijo Sergio abandonaron Roma y fueron a visitar a los dos reyes lombardos, Desiderio y Teodocio. Un ejército lombardo liderado por el gigante Rachimperto y un sacerdote llamado Waldiperto, guiado por Sergio invadió Roma la noche del 30 de julio. A la mañana siguiente cercaron el palacio Laterano, mataron a los hermanos de Constantino junto a 1.500 hombres más y capturaron a Constantino que se había escondido en la pequeña capilla de San Cesáreo del palacio. Cristóbal convocó a todos los romanos a un Forum y allí fue elegido papa Esteban (canónicamente, como él mismo dijo, y así la Iglesia le aceptó oficialmente durante siglos). 

El 6 de agosto, hace hoy una semana, durante la consagración de Esteban como papa, Cristóbal le había dicho: “Hemos creado un papa libre de lombardos y devoto de los francos”. ¿Fue ese hemos demasiado lejos para Esteban? ¿Demasiado posesivo?. En menos de un año el papa Esteban utilizó al Duque Desiderio para poner en prisión a Cristóbal, a Sergio y a Gracioso, sacarles los ojos y acabar con sus vidas después. 

Su atención vuelve al sínodo. El sangrante e inconsciente Constantino es trasladado a su prisión perpetua. El siguiente caso concierne al sacerdote lombardo Waldiperto y un monje romano, Felipe. Su crimen es aún más abominable y el acusador así lo señala. 

            El 31 de julio, después de que Constantino y sus partidarios han sido defenestrados y Esteban ha sido elegido papa, Waldiperto (bajo instrucciones del Duque Desiderio, y Esteban lo sabe perfectamente, pero reconoce que no es conveniente mencionarlo) reunió la facción lombarda de Roma, fueron al monasterio de San Vito de la colina Esquilina, escogió a un simple monje llamado Felipe y le proclamaron papa en el palacio Laterano, gritando los lombardos en su mal latín: “¡Felipe! ¡Papa! ¡San Pedro le ha elegido!”. En esta confusión en la que nadie sabía lo que estaba ocurriendo, Felipe acepta, se sienta en el trono papal, fue consagrado obispo, da su primera bendición papal y esa tarde da un gran banquete como papa para los nobles y los oficiales del ejército romano. Pero, más tarde, por la noche, oyendo que Cristóbal, el Secretario de Estado, le está buscando con la espada en la mano, Waldiperto huye y se le encuentra colgando de la estatua de San Cosme en el Panteón. Gracioso le había sacado los ojos, por supuesto. 

El sínodo le condena a la muerte lenta de ser cortado en pedazos, un trozo cada día, hasta que fallezca. Felipe, el estúpido monje, será azotado y encarcelado para siempre en una pequeña celda de su monasterio de la cual “no saldrá jamás, salvo para ser enterrado”. 

Una vez finalizados estos asuntos, el sínodo hace oficiales las nuevas reglas de Esteban para elección de papas, dicta decretos para la ordenación de obispos y sacerdotes y decide que se podrán utilizar imágenes y estatuas de santos en las iglesias. Esteban prohibió la participación del pueblo civil. “Solamente los clérigos votarán en la elección de papa. El pueblo puede aclamar al candidato” (no confirmarle). 

Más adelante Esteban estableció: “Ningún civil ni hombre que no sea un miembro clerical de la Iglesia Romana que haya alcanzado el grado de diácono o de sacerdote podrá ser papa”. En la práctica, esto significaba que solamente un cardenal, obispo, sacerdote o diácono romano podría ser papa. Esteban fue explícito: tras la elección del hombre y antes de que sea proclamado y coronado como papa, el ejército romano deberá formar de gala y armado, junto a todo el pueblo romano. Los que no sean romanos tendrán prohibida la entrada a la ciudad durante la elección. Juntos, el ejército y el pueblo romano saludarán al papa elegido, y le acompañarán triunfante para ser entronizado y consagrado en la Basílica Laterana.

Cuando termina su cometido, el sínodo finaliza y todos los participantes marchan en procesión de la Laterana a San Pedro, desde la que todas las decisiones serán leídas en voz alta al pueblo, en nombre de Jesús, en nombre de San Pedro y en el nombre del papa Esteban IV. 

En su lecho de muerte, menos de 3 años después, el 24 de junio del 772, Esteban repite sin cesar los dos nombres: “Pablo… Constantino… Constantino… Pablo…”. Los romanos creyeron que estaba rezando a los santos.

 


Toda la documentación utilizada en esta página está basada en la obra "The decline and fall of the roman church" (1981) del escritor y sacerdote Malachi Martin, en la traducción al castellano de Ignacio Solves.