León
X: Hola y Adiós
“¡Magliana!
¡Magliana! ¡Magliana!” La voz del cantante de piel oscura se hace
más suave en estas últimas sílabas de su canción. Termina con los gritos
de “¡de Medici! ¡de Medici! ¡Que reinen siempre!” que quedan
resonando en el silencio. El Papa León X está allí con sus cardenales.
León siempre disfruta sus vacaciones de otoño en su amada Magliana, con
sus fuentes, sus bosques, sus arroyos, sus hectáreas de jardines
olorosos llenos de flores y sus tierras llenas de todos los colores
imaginables. “Mi edén privado” como lo define León.
Sus
cardenales están henchidos de satisfacción por el éxito de León: han
tomado Milán, según las noticias recibidas hoy. Su cardenal legado entró
en la ciudad hace cinco noches, el 19 de noviembre de 1519. Otros dos de
sus cardenales, Gonzaga, ministro de la guerra, y Sitten, comisario del
ejército, marcharon desde Suiza con su rojo cardenalicio y con sus
cruces de plata, al frente de 10.000 mercenarios suizos (que costaron
20.000 ducados a León), cruzaron el río Po, tomaron la ciudad y
ejecutaron a todos los enemigos de León. Ahora solamente faltan Parma,
Ferrara y Piacenza para recuperar todas las tierras papales, los estados
de León. “Esta victoria significa más para mí que mi elección como
papa.”, dice León a la asamblea. Es un verdadero de Medici.
Hace
algo más de 100 años desde aquel llamativo Concilio de Constanza, en el
que, en el último momento, la Iglesia se acercó al precipicio de la
reforma y retrocedió temblando de miedo. Obviamente, son negocios, como
siempre. Y la oportunidad de reforma casi ha desaparecido. Un oscuro
monje alemán llamado Martín Lutero, ya está trabajando sobre una reforma
propia.
Al
día siguiente abandonarán Magliana para regresar a Roma. León revela un
mensaje de su encargado de asuntos lúdicos, Giovanni Moroni, cuidador de
los 16.000 Km2 de reserva de bosque, en los alrededores de Roma, en los
que solamente el Papa y sus cardenales pueden cazar. A todos los
intrusos que se atreven a entrar en este coto, se les corta las manos y
pies, se les incendia sus hogares y sus hijos son vendidos como
sirvientes. “La caza es maravillosa”; este es el mensaje de Moroni.
León, nacido Giovanni de Medici, adora la caza y es amante de toda
diversión. Es famoso por las pequeñas bromas que hace a sus
cardenales.
Hace
dos años, un romano, Lorenzo Strozzi, invitó al cardenal Cibo y a otros
tres cardenales a una fiesta nocturna muy original: primeramente se les
hizo pasar por una gran cámara mortuoria llena de esqueletos, calaveras,
cuerpos desnudos, sangre, cabezas de cerdo, e instrumentos de tortura;
después se les condujo a un salón suntuoso donde la mejor y más delicada
comida, los más bellos camareros y camareras, bufones, payasos y músicos
les esperaban. La “reina” de todas las prostitutas de Roma, apodada
“Madre Mía”, estaba allí con todas sus empleadas. La comida aparecía
desde abajo por medio de algún mecanismo. León tenía una nota sobre su
mesa a las 7 de la mañana siguiente, incluso antes de que Cibo se
recuperara de su resaca. Convocó a Cibo y tuvo la inmensa satisfacción
de preguntarle sobre el origen de la expresión española “Madre Mía”. “¿Se
refiere a la Madre de Jesús?”, y lo hizo de forma pícara. Eso le
divertía. Un hombre muy útil, Cibo, cultivado, refinado y, sobre todo,
con conexiones en todos los bancos, un interés vital para León.
Todo
pensamiento sobre bancos y banqueros es doloroso para León en estos
momentos. No puede olvidar sus deudas actuales: 200.000 ducados al Banco
de Bini; 37.000 a la Casa de Goddi; 10.000 a Ricasoli (los otros tres
bancos florentinos le cargaban un interés de usura del 40%); también
debe enfrentar préstamos personales: debe 300.000 al cardenal Salviati;
150.000 a cada uno de los cardenales Armellino y Quatro Coronati. León
suspira. “Sería más posible para una piedra volar por sí misma, que
para este Papa mantener juntos 1.000 ducados”, había escrito el
embajador de Venecia.
Dinero, dinero, dinero. Con León X, siempre era dinero. Este año sus
rentas son considerables: 420.000 ducados de rentas directas; 60.000 de
tributos del río; 37.000 de tributos sobre las tierras; 8.000 de
impuestos sobre vino y vinagre; 60.000 por impuestos desde cada una, de
Spoleto, Romagna y la Costa; 70.000 de tributos desde Cervia; 100.000 de
los tributos de Ravenna; 40.000 de los impuestos a las minas de yeso.
Además de todo esto, sus propias rentas personales, abadías y estados en
Italia, Francia y Sicilia. Por otra parte tiene una reputación que no
incluye el libertinaje ni los duelos ni la gula ni asuntos oscuros. Pero
incluso antes de ser elegido Papa perdió 8.000 ducados en un mes con los
naipes y otros 8.000 en una lotería popular de entonces que se llamaba “primiera”.
Como papa, continúa siendo el mismo y más aún.
Pero
León sabe divertirse. Para el carnaval de primavera de este año,
organizó una función de teatro acerca de ocho ermitaños y una virgen, en
la que la desnuda mujer adoraba y rezaba a Venus, y los ermitaños
aparecían siendo vigorosos amantes a quienes ella seducía y se mataban
entre sí por el amor de esta. Alimentó a sus cardenales y amigos con
refinadas delicias y salsas exquisitas, lenguas de loro, pescado vivo de
Constantinopla, carne de gorila, vinos aromáticos maravillosos,
codornices, sesos de mono, frutas de los tres continente, faisanes,
venado, es decir, cualquier cosa que el dinero pudiera comprar. No habrá
otro hombre ni Papa tan consciente de la dignidad y la riqueza de su
familia y de su promoción escolar; además, distraía a sus cardenales y a
su corte con bufones, payasos y bromas vulgares. En su lecho mortal,
confesará sus pecados, recibirá la Sagrada Comunión y morirá susurrando
“Gesu, Maria, Gesu, Gesu”. Pero durante su vida se tuvo en cuenta
a sí mismo mucho más que a María.
Además de entretener a los miembros de su corte, también sabía poner
buen precio al cardenalato. En el mismo día, dos años atrás, los
cardenales Conti, Valle y Colonna pagaron cada uno 25.000 ducados por el
rojo sombrero; Poncetta pagó 30.000; Campeggi 24.000 y Armellini 40.000.
Los padres generales de los Dominicos, los Franciscanos y los Agustinos
pagaron cada uno 70.000 ducados, y los dos jóvenes hijos de su hermana y
un hijo de Lorenzo el Magnífico le produjeron 35.000 por cada uno, por
entrar en la escuela de la Iglesia. En total del día, más de 500.000
ducados. ¿Dónde fue todo?. Como fuera, debía tener más dinero. Más
dinero.
León
decía con frecuencia a su corte: “La mente de los grandes encuentra
suficiente satisfacción en la gloria de sus logros.”, por ejemplo
cuando rehusó acudir una veraniega noche a una fiesta de bacanal en la
Villa Farnese. León alcanzó muchos de sus propósitos: rendición y muerte
del duque de Urbino (esa guerra le costó 800.000 ducados); la boda real
que arregló entre Lorenzo de Medici y Magdalena la Tour d’Auvergne, otra
entre Giuliano de Medici y Filiberta de Saboya; sus dos más importantes
guerras contra Francia y contra España; incluso en estos momentos está
jugando a lo que será un beneficioso juego para él, utilizando al
emperador Carlos V contra Francisco I de Francia (León está negociando
secretamente con ambos, aunque se decantará del lado de Carlos en la
hora de su victoria): su eliminación del Duque Alfonso de Ferrara (con
estilete) y de Giannolo Baglione (por decapitación). Italia ya no es el
juguete de Francia o de España. Los Estados de la Iglesia son sólidos,
compactos, las fronteras del norte están protegidas y garantizadas por
los propios Medici. Roma se ha convertido en un museo de finas artes, a
pesar de que solamente 70 años antes, era conocida por toda Europa como
la Villa Corral de Vacas. Ahora está en un estado floreciente; sus
habitantes no pagan impuestos excesivos. Su propia estatua se eleva en
el capitolio para que el público la salude cada día de la semana.
De
todos estos gloriosos momentos, tres le dieron placer intenso: su
escapada de Francia, la misión Real portuguesa y su propia coronación
como papa. Su escapada fue su triunfo particular. En el 1512, los
franceses le capturaron como legado representante del Papa Pío III que
era. “Volveré triunfante sobre un caballo turco blanco.”, les
dijo a sus captores. Ellos se rieron de él, al estilo francés. Fue
encadenado y llevado a Milán, para ser transportado una noche por el río
Po a Francia y ser encarcelado como rehén. Rompió sus ataduras y se
lanzó al Po. Disfrazado de porquerizo alcanzó Bologna para, menos de un
año después, regresar triunfalmente a Ravenna, montando en un caballo
turco blanco. La familia de Medici siempre se vengaba. Un año más tarde
él era el papa.
A
León le encantaba hablar de la misión Real Portuguesa. Aquellos
portugueses y españoles, con sus frágiles carabelas, navegaron alrededor
del mundo: Colón a América en 1492, Vasco de Gama a India en 1493,
Cabral a Brasil en 1500, Almeida y Alburquerque a Ormuz en Goa y
llegaron hasta las calles de Molucca en 1504. Los españoles y los
portugueses disputarían entre sí algún día. En mayo del 1515, el rey
Enmanuel de Portugal envía una misión diplomática al Papa León X, para
poner a los pies de Su Santidad las tierras de la India y sus
alrededores. León recuerda las plantas y animales exóticos, los caballos
árabes, los cofres de oro y piedras preciosas, el elefante que trajeron
(la última vez que los romanos habían visto un elefante fue en el siglo
III a.C. cuando Aníbal invadió Italia). León se regocija recordando las
palabras del rey Enmanuel como salutación: “Su Santidad es el sol
entre las estrellas. Gobernáis, como Pedro, desde el Tibet a los Polos,
Los reyes de Arabia y de Saba os traerán sus regalos y presentes, así
como todos los príncipes y pueblos desde Thule.” ¡Cuánta gloria para
un Medici y para un sucesor de Pedro!. Un mes más tarde, él, el Papa
León, regalaba a Portugal todas las tierras desde Cabo Non a las
Indias.
Durante su coronación como papa, parece ser que tenía razón el cardenal
Farnese cuando dijo mientras ponía la tiara papal sobre la cabeza de
León el 19 de marzo de 1513: “Recibe la tiara adornada con tres
coronas y debes saber que eres ahora padre de príncipes y de reyes,
victorioso sobre el mundo inferior bajo la tierra y Vicario de Nuestro
Señor Jesucristo, a quien debes honor y gloria sin fin”. Ellos
deberían saber que un de Medici siempre hace las cosas con
magnificencia. Que ese solo día costó 100.000 ducados: el caballo turco
blanco (sí; el mismo) que montaba iba enjoyado y vestido con ropajes
bordados en oro; tropas con un total de 2.500 hombres, los 4.000 reyes,
príncipes, nobles, barones, patriarcas, cardenales, obispos, abades; los
pendones, banderas y estandartes; las maravillosas estatuas de
Ganímedes, Apolo con su lira, Jesús, César, la Virgen María, Augusto,
Trajano, San Pedro, Marco Aurelio, San Pablo, Diana con su fauna,
Neptuno con su tridente; la lenta cabalgata pasa el Foro y el Coliseo
hacia la Laterana; el banquete de la tarde con toda su comida y sus
fuegos artificiales que iluminaban y cambiaban la noche en día, Y la
noche pasada a solas con el cardenal Petrucci en el Castillo del Santo
Ángel. “Empezamos gloriosamente. Vivimos gloriosamente. Moriremos
gloriosamente”, era la frase favorita de León.
Un
tema también preocupa a León, además del dinero: Petrucci. Es un nombre
que León nunca olvida. Tiempo atrás amaba a este cardenal. Aquel y los
otros conspiradores no comprendían nada; y cuando León destierra de
Siena al hermano de Petrucci, expulsó de Florencia al hermano del
cardenal Piera, venció al cardenal Riario en el cónclave y retiró del
rico arzobispado de Marsella al cardenal di Saulis, todos ellos se
unieron para acabar con su vida. Un plan estúpido: emplearon a un
cirujano, Battista Vercelli, quien, pretendiendo operar a León de
hemorroides, debía envenenarle a través del recto.
Los
cardenales Soderini y Adriano estaban en la conspiración pero permanecen
libres ... a un precio. Quizá deberían haber seguido la suerte de
Petrucci. Éste recibió un salvoconducto personal para que se presentara
en Roma en 1517. Una vez aquí, León lo arrojó con ropas de cardenal y
todo, a la tristemente famosa mazmorra de Sammarocco en el Castillo del
Santo Ángel, para ser torturado diariamente en el potro. “No tenemos
obligación de mantener la fe con un envenenador”, dijo León al
embajador español que fue el garante del salvoconducto de Petrucci. León
no había llegado hasta donde se encontraba precisamente por ser
predecible. El mismo día, el cardenal Riario (cuarenta años como
cardenal) y los cardenales Soderini, Adriano y di Saulis fueron también
arrestados, encarcelados y torturados. León presidió sus juicios en los
que Piera y di Saulis fueron multados con 25.000 ducados cada uno,
mientras que Soderini y Adriano con “tan solo” 12.500 cada uno. El
cardenal Riario debía pagar 150.000 ducados en tres meses y prometer una
sobrina-nieta en matrimonio con uno de sus sobrinos de Medici. El
cardenal Petrucci fue condenado a muerte y recibió su sentencia con un
chorro de blasfemias y amenazas. Golpeó a un sacerdote, que resultó ser
su confesor, y fue ajusticiado en su celda (estrangulado) por el verdugo
oficial de León, Rolando el Moro.
Durante dos años después de estos hechos, León vivió con miedo de ser
asesinado: liquidó a toda la familia de Petrucci y expulsó a sus amigos;
todos los que, aunque fuera remotamente, pudieran estar conectados con
los conspiradores estuvieron bajo permanente vigilancia. León decía
personalmente misa diaria rodeado de hombres con las espadas en la mano
y con arqueros escondidos con flechas a punto. Cuando se reunía en
consistorio con sus cardenales, dos arqueros sordos permanecían en pie
detrás de su trono. León había obtenido la confesión de Petrucci durante
las torturas del potro: “Ocho veces, yo, cardenal Petrucci, fui al
consistorio con un estilete entre mis ropas esperando el momento
oportuno de acabar con un de Medici (León)”.
¡Qué
ingratitud!. Después de todos los banquetes que les dio León, el teatro
que organizó, las cacerías, la música de laúd, los bailes, las
mascaradas, las comedias, las oraciones, las lecturas de poesía, toda la
belleza que creó por medio de artistas escogidos. Ahora, además aquellos
alemanes le odiaban también.
Ahora
era un monje chillón llamado Lutero, el que denunciaba que el juicio de
Petrucci fue “una operación financiera". León llamaba a Lutero “Luder”,
que es la palabra alemana para “carroña”, y que realmente fue nombre
original de Martín Lutero. León, el mejor cazador con halcón de Europa,
se informó completamente acerca de aquella “carroña”. El príncipe
Alberto había remitido a Roma las tesis de Lutero “para comprender la
seriedad de la situación, de manera que podamos eliminar el error de una
vez”. Pero para León aquello era solamente algo lógico entre monjes
envidiosos.
Tres
semanas atrás, escuchó al cardenal Egidio de Viterbo que defendía la
reforma de la Iglesia. Francisco Pico della Mirandola se unió a la
petición de reforma: “La corrupción ha ido demasiado lejos, Santidad.
Necesitamos un concilio de toda la Iglesia”.
No es
importante para León. No tiene problemas de doctrina ni sobre la solidez
de su autoridad papal. El único problema es el dinero. Seguramente por
culpa de aquel Lutero “carroña”.
Hace
cuatro años, León negociaba un acuerdo muy delicado, intrincado, pero de
beneficio mutuo, con Alberto, el príncipe arzobispo de tres diócesis,
Mainze, Magdeburg y Hallberstag. Realmente era ilegal, una violación de
la ley de la Iglesia, tener tres diócesis a la vez, pero León lo toleró
por ciertas consideraciones: 21.000 ducados por la donación de las
diócesis, más 20.000 ducados por permitirle continuar en la ilegalidad.
Alberto, por supuesto, le dijo a León que no tenía fondos; pero se
encargó de pedir prestado a la banca Jacobo Fugger. León autorizó a
Alberto a vender un inventario especial de indulgencias en las tres
diócesis, para poder pagar a los Fugger. El precio de las indulgencias
iba desde medio florín de oro (para los muy pobres), tres florines de
oro (para los mendicantes), cinco florines de oro (para los doctores), y
así hasta los 25 florines de oro para la nobleza y la realeza.
Para
mejorar su posición como fuente de merced para las almas que sufren en
el Purgatorio, el Príncipe Alberto tenía algo especial: su colección de
reliquias (todas, por supuesto, falsas). Una brizna de paja del pesebre
en el que Jesús niño pasó su primera noche de Navidad. Cuatro cabellos
de la cabeza de la Virgen María. Catorce trocitos de su vestido. Unos
pelos de la barba de Cristo. Un clavo de la cruz de Jesús. Algo así como
19.093 partes o huesos sagrados de santos y mártires.
Venerando todo esto y, cómo no, mediante un pago, cualquier persona
(príncipe o mendigo) podía acortar la estancia en el Purgatorio de
cualquier amigo cercano o familiar en 1,902.202 años y 270 días. Y ahora
(León echa humo), en una ridícula aldea intelectual llamada Wittenberg
(en la diócesis de Alberto), este Lutero ha empezado a revolucionar a la
gente contra la venta de indulgencias. Resultado: Alberto no puede
respaldar los pagos a los Fugger, no puede pagar a León, de modo que
León no puede continuar la beatificación de Roma.
León
recuerda lo que su legado, el cardenal Tommaso da Vio aprendió en una
confrontación directa, cara a cara, con Lutero en Augsburg, ahora hace
un año: “Un paisano, Su Santidad, maloliente, vulgar, supersticioso,
ignorante y obstinado. Debe ser eliminado; liquidado. Quizá el emperador
nos podría ayudar”. León no ha utilizado mucho al emperador Carlos
V, ese “jovenzuelo de 19 años, pálido, de ojos azules, mandíbula
prominente, taciturno, lacónico, desafiante y reservado, ese español
nacido en una calle de Gante”. Es como lo define León. Él está ahora
conspirando con los franceses contra Carlos, mientras procura que
aquellos caigan en la trampa de Carlos. De acuerdo con lo que muestra su
título, Carlos es: Emperador de España, Flandes, Nápoles, Suiza,
Alemania, Rey de las Islas de las Indias y Señor de las Islas Oceánicas.
Pero
allí está Solimando para tranquilizar a León. El muchacho cantor es una
de las posesiones más preciadas que tiene: nieto del Sultán Mehmet, el
turco que tomó Constantinopla en el 1493. El padre del pequeño Solimando,
el Sultán Djem fue expulsado de Constantinopla por el Sultán Bajuzet y
se refugió en el Vaticano del Papa Alejandro VI. Bajuzet envió 40.000
ducados al Papa Alejandro, para que asesinara a Djem. Alejandro esperó.
Cuando Bajuzet envió otros 200.000 ducados, Alejandro ya tenía a Djem
envenenado. El Papa Julio II denunció a Alejandro después de su muerte
como “una rapaz hipócrita” y prohibió que se dijera misa alguna
por su alma.
De
vez en cuando, León habría convertido a Solimando en su favorito, si no
fuera por un horrible recuerdo: el favorito del Papa Alejandro, Manuele,
y cómo terminó. El hijo de Alejandro, César, hirió con su daga a Manuele
cuando éste estaba bajo los ropajes de Alejandro, quien vio impotente
cómo se manchaba su túnica blanca con la sangre de su favorito. Ningún
Papa debería sufrir esta indignidad.
En la
coronación de León, el cardenal Farnese debería haber entonado la frase
ritual “non habebis annos Petri”, “no tendrás los años de Pedro”.
Estas palabras se decían a cada papa, como significando: “nunca serás
tan bueno como Pedro, que reinó como Papa durante 40 años”. Pero Farnese
no le dijo a León estas palabras.
A
León le quedaban exactamente dos años y 27 días. Su sobrino, el cardenal
Giulio, que también sería papa, llega a un acuerdo con el emperador
Carlos. Martín Lutero es declarado anatema y excomulgado, quedando bajo
la tutela del Imperio (podía ser ejecutado a la más mínima). Lutero
escapa a la muerte escondiéndose en Wartburg y produce 24 publicaciones
pregonando su nueva fe. Giulio obtiene 10.000 ducados, un arzobispado y
la especial protección del emperador. León establece una alianza con el
emperador y le corona en San Pedro.
El 1
de diciembre de 1521, contrariamente a todas las expectativas, León
enferma, es ungido y confesado, besa el crucifijo y fallece murmurando:
“Gesu, Gesu”. El cardenal Farnese, arrodillado junto a su cama,
completa ahora la frase que omitió ocho años atrás: “Non habebis
annos Petri”.
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